jueves, 29 de julio de 2010

Equilibrio

Esta es una historia que escribí hace años para un concurso y ahora la dejo aquí para quien quiera leerla:

EQUILIBRIO


Koji se quedó parado en la puerta del centro comercial, contando los regalos que debía comprar para estas Navidades. Decidió empezar por el regalo de su abuela y se dirigió a la librería. De camino se paró y miró a su izquierda, algo le había llamado la atención en uno de los bancos. Se trataba de una chica de unos dieciséis años (como él), rubia, tan rubia que parecía que tenia el pelo blanco, de piel, también, muy clara y unos ojos azules, casi transparentes, que miraban a todas partes sin ver nada, pero lo que más llamó la atención de Koji no fue su aspecto físico, si no su ropa, un vestido blanco de tirantes y unas botas marrones.
¿Qué hacía vestida así en pleno diciembre y nevando? En fin, no era asunto suyo y tampoco quería ser cotilla.
Entre empujones se abrió paso por la multitud hasta llegar a la librería, eligió un libro rápidamente y se puso a la cola.

A las cinco, Koji , se dirigió a la salida con dos bolsas llenas de regalos y se encontró con sus padres. Pero antes de salir a las calle Awiyumi de Tokio, giró la cabeza hacia el banco y allí seguía la misma chica, mirando a ninguna parte.
-Mamá, ¿me puedo quedar un rato más?- le preguntó Koji- es que creo que me he olvidado algunas cosas.
-De acuerdo, pero nosotros tenemos que volver a casa. Toma dinero para el autobús. No tardes, hijo- añadió.
-Tranquila- le contesto mientras salían.
Una vez solo se dirigió al banco y se plantó delante de la muchacha, pero ella seguía sin verle.
-¡Oye!, ¿me escuchas? ¿Te pasa algo?- le preguntó.
Ella fijó sus ojos cristalinos en él y después de unos segundos, respondió:
-No lo sé- dijo.
-¿Qué es lo que no sabes?- preguntó molesto, pues ella no parecía querer colaborar.
-Nada.
-¿Cómo que “nada”?, algo tendrás que saber. ¿Cuál es tu nombre?
Se lo pensó, como tratando de recordar.
-Eika- respondió.
- Bien, yo me llamo Koji.- pasaron unos segundos...- Oye, ¿qué haces aquí?, pareces
perdida.
-Eso es, estoy perdida, no sé quién soy.
Koji no sabía si creerla, la verdad, empezaba a pensar que estaba chiflada.
-Yo creo que tienes que ir al médico y...
-¡No!, yo me tengo quedar aquí, hasta recordar...
Koji no se esperaba esa negativa, de modo que cambió de táctica.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?- le preguntó.
-No lo sé, muchos días, muchas noches...- respondió.
-¡¿Y no te has movido de aquí?!
-No- dijo como si nada.
-Pero debes de estar hambrienta, sedienta, muerta de frío...
-Puede ser, no estoy segura.
¡Esto era alucinante! La chica ésta iba a acabar con su paciencia.



-Eika, ven conmigo, te voy a dar algo de comer.
La cogió de la mano y la llevo a una cafetería, allí pidió un bocata, un té caliente y una coca-cola para él.
La llevó hasta una silla y la sentó. Ella lo miró y, por primera vez, esbozó una pequeña sonrisa. La sonrisa no dejaba de ser bonita, pero le daba un aire de loca.
-Gracias- le dijo.
-¡Ah!, de nada- dijo Koji, encogiéndose de hombros- No es para tanto.
-Yo creo que sí, llevo ya varios días en ese banco y nadie me ha mirado siquiera o, si me miraban, me ignoraban. Tú has sido el primero que me ha ayudado, eres muy amable.
Koji se quedó mirándola, parecía que Eika empezaba a reaccionar.
-Oye, ¿eres una mendiga?- le preguntó.
-No- dijo Eika, por toda respuesta.
Eika parecía una niña feliz y Koji sonrió.
De pronto entraron dos hombres encapuchados y armados.
-¡Qué nadie se mueva y no habrá heridos!- dijo uno- Tú-dijo dirigiéndose al camarero jefe- entrégame todo tu dinero.
Koji notó algo frío cogiéndole de la mano, se giró y vio a Eika, estaba helada, más pálida que de costumbre y unas lágrimas le rodaban por sus mejillas. Koji pensó que estaba asustada y le dijo:
-No te preocupes, no pasa nada.
Y, efectivamente, el camarero, mientras llenaba la bolsa de dinero, apretaba un botón de alarma en el suelo, con el pie.
Al instante llegó la policía y detuvo a los ladrones, y el camarero invitó a una ronda de batidos gratis.
-Lo ves,- le dijo Koji a Eika- no pasa nada.
Y al girarse la vio sonriendo, sus ojos de cristal estaban como iluminados, parecía una niña pequeña con una enorme piruleta.
Le sorprendió que se emocionara tanto y también sonrió.
Cuando Eika terminó de comer salieron de la cafetería y se sentaron en un banco. Desde allí vieron a una niña de unos cinco años, que lloraba a moco tendido. La gente de su alrededor la ignoraba y eso molestó mucho a Eika, que miraba a todos con cierta dureza. Se levantó y fue directa hacia la pequeña, Koji la siguió.
-¿Te has perdido?- le preguntó.
-No sé dónde está mi mamá- dijo la niña entre hipidos.
Eika la cogió de la mano y le dijo:
-Tranquila, enseguida encontraremos a tu mamá -le sonrió y miró a Koji- ¿verdad que sí, Koji?
Koji se había quedado embobado, le sorprendía la madurez con la que Eika la trataba, como si fuera su madre, cuando, momentos antes, era ella la que parecía una niña perdida.
-Claro que sí- consiguió decir.
Eika rió, era la primera vez que la oía reír.
Se recorrieron prácticamente todo el centro comercial y finalmente encontraron a la madre de la pequeña.
-Muchas gracias- les dijo.
-De nada.- respondió Eika-Adiós Kolulu- le dijo a la niña.

Eran más de las seis y Koji pronto se tendría que ir, además, Eika estaba bien y no parecía tener ningún problema.



Se habían sentado en un banco, delante de una fuente. Koji volvió a notar algo frío (frío es poco, yo diría helado) y, como antes, volvía a ser la mano de Eika.
-¡Madre mía! ¡estás helada!- exclamó.
-¿A si?,- preguntó, mientras se tocaba la cara- no parece.
-¡Qué dices!, estás helada, aunque no me extraña, llevas ropa de verano.
-Si tu lo dices...Oye, ¿no será que eres tú el qué está muy caliente?
-No, no, tú estás demasiado fría.
Koji se quitó el abrigo y se lo dio a Eika.
-Póntelo, ya verás que estarás mejor.
Un grito hizo que ambos rebotaran en sus asientos. A lo lejos había dos hombres discutiendo a voces, intentaban llegar el uno al otro, pero otras dos personas los sujetaban, a duras penas.
Eika los miraba horrorizada y ya asomaban un par de lágrimas por sus cristalinos ojos.
-“Esta chica es muy rara,- pensó Koji- quiero decir, se emociona con una facilidad tremenda, es como si... como si sintiera las cosas con el doble de fuerza que los demás.”
-¿Por qué?- le pregunta Eika a Koji.
-¿El qué?
-¿Por qué se pelean?, ¿es que se odian?- dice.
-Bueno- no se le daba muy bien explicar las cosas- las personas... no siempre estamos de acuerdo en algunos aspectos.
-Pero no creo que haya que llegar a eso.
-No, ciertamente, son un poco exagerados.
-¿Se odian?
-Puede...
-El odio es malo,- dijo Eika- no trae más que problemas, es un sentimiento que no debería existir.
-Seguramente tienes razón, pero el caso es que existe.
-¿Qué es lo contrario del odio?, ¿qué le planta cara?-le pregunta Eika.
-“¿Cómo se lo explico?...!Ah, ya sé!”-se metió la mano en el bolsillo y extrajo un collar del “ying y el yang”.
-Mira- le dijo Koji- la parte negra es el mal y la blanca el bien, cada uno ocupa el mismo espacio que el otro en el círculo. Sin embargo, en el mal hay un puntito blanco y viceversa, quiere decir que en el mal siempre existirá un poco de bondad y al revés. Nada puede ser puro del todo, ni malvado del todo. Así funciona el mundo, en equilibrio. Toma.-le dijo Koji, mientras le daba el colgante.
Eika estaba maravillada con su explicación, cogió el collar y se lo puso.
-Muchas gracias.
-Es que, como he visto que te emocionas con facilidad, he pensado que te irá bien tenerlo.
Estaba empezando a oscurecer y salieron fuera del edificio, a plena calle de Awiyumi. Eika se giró hacia Koji:
-Gracias Koji, me lo he pasado muy bien contigo y he aprendido mucho.
Sería cosa de Koji, pero le dio la sensación de que Eika brillaba, sus ojos parecían luceros y de su espalda comenzaban a salirle...¿alas?
-¿Eres un ángel?- preguntó Koji, Eika sonrió.
-Gracias a ti he superado la prueba y recuperado mis recuerdos. Ahora sé que sin tristeza no hay alegría, sin odio no hay amor... que el mundo es un equilibrio entre el mal y el bien.
Eika se acercó a Koji y lo besó, transmitiéndole una pequeña parte de su eterna sabiduría, porque los ángeles son sabios,¿verdad?
“Así pues, toda la existencia se reduce a un collar, el collar del “yin y yang”, tan sencillo y tan complicado como eso”.





lunes, 26 de julio de 2010

El Pueblo

EL PUEBLO


Existe un pueblo, ni muy al norte ni muy al sur.
Estoy segura de que existe, aunque yo nunca he estado. Mis padres nacieron allí pero yo nací en la ciudad.
Nunca lo he visto, pero estoy segura de que en primavera sus verdes prados se cubren de hermosas florecitas de todos los colores y que en invierno todo se tiñe de blanco. En verano los niños juegan con el agua de las albercas cerca de sus casas y en otoño todo se llena de colores rojizos, marrones y dorados.
De lejos se pueden ver las casitas con sus rojos tejados y, en los alrededores, se divisan los rebaños del pastor y esa vaquita negra que tanto me gusta, como en las postales. También está la iglesia, en el centro del pueblo, con su campanario desde el cual se puede ver todo el pueblo. Y todos los domingos la campana llama a los habitantes de la villa par asistir a la cita.
Todas las calles del pueblo son de cuento: cubiertas de piedras y las paredes de las casas adornadas con macetas de distintos tamaños con una exuberante flor en su interior. También están sentados en la calle el feliz matrimonio de abuelitos que siempre te saludan al pasar y dan galletas caseras a los niños que bajan la cuesta a todo correr detrás de su pelota. Las niñas los miran pasar mientras peinan los rizos dorados de sus muñequitas de blanca porcelana.
El perro labrador del pastor se toma un descanso y juega en el río con los peces ante la atenta mirada del gato desaliñado que siempre está en la esquina y que hoy ha decidido que quiere comer pescado y no ratones.
Nada más amanecer, cuando pase por la calle en la que vive el panadero, oleré los sabrosos bollos al cocerse en los hornos de barro.
A veces, por las mañanas, hay mercado en la plaza y todos salen a comprar. Está el agricultor, con sus verduras recién recolectadas, el panadero no puede faltar, Martina, la mujer que vende flores a los enamorados, las maravillosas telas y mantas de lana para pasar el invierno, la carne, el pescado, los jarrones que, aunque no son de porcelana china, son igualmente bonitos...
Si te fijas bien conseguirás atisbar al chico cartero corriendo desde la oficina de correos que le trae cartas a la familia de la esquina, la de al lado del boticario. Son noticias de sus primos de Madrid. El chico pecoso regresa rápidamente a la oficina de correos impaciente por entregar la siguiente carta.
Todos los niños están en la escuela y, si te asomas, verás al más revoltoso de la clase gastar una broma al maestro y también oirás un gran bostezo del que está más cerca de la esquina y no lleva bien lo de madrugar.
Luego, al medio día, todos se reúnen para comer y las calles se quedan momentáneamente vacías mientras la posada y el interior de las casas se llenan de actividad y sabrosos olores.
Al terminar los niños y niñas del pueblo salen al campo a jugar mientras los adultos se quedan echando una siesta bien merecida antes de volver a los campos, los talleres, los hornos...
Los sonidos vuelven a inundar todos los lugares, la posada se vacía y los corros de amigos que han quedado para comer vuelven a sus quehaceres.
El pasado invierno la abuela Ana se puso enferma. Inmediatamente tres voluntarios marcharon a buscar al doctor que vive en la villa vecina mientras el cascarrabias de Simón se quejaba del frío que hacía; nadie le presta atención, pues todos saben que a Simón todo le molesta.
El invierno termina y comienza la primavera que es la época favorita de la buena de Martina, si bien os acordáis ella es la que vende flores. Todos en el apacible pueblo lo saben y sonríen al ver su regordeta figura por los campos recogiendo flores y creando los ramos más hermosos. Los niños se desternillan de la risa al ver al pobre enamorado indeciso ante tantas flores, ¿cuáles serán las que más le gusten a su enamorada? Ante la burla de los niños, las niñas ponen una mueca de desagrado mientras continúan peinando a sus muñecas. Ellas disfrutan especialmente al entrar en la floristería de Martina e imaginan que algún día serán como Alba, la joven más guapa del pueblo, para que todas las mañanas aparezcan flores en sus ventanas...


Todo esto me lo contaba mi padre antes de ir a dormir. Cuando apagaba las luces de mi habitación con una sonrisa en los labios yo imaginaba aquel mágico lugar. Imágenes repletas de colorido se reflejaban en mis párpados cerrados. Me veía a mi misma corriendo por los verdes prados junto a mis amigas. Saltábamos algún que otro riachuelo hasta llegar al río que pasaba cerca del Pueblo y nos empapábamos los vestidos con el agua juguetona. Mientras los niños juegan a los caballeros.
El tiempo pasó y yo crecí, pero jamás olvidé aquel maravilloso lugar. Decidida a conocerlo aproveché un fin de semana para ello. Cogí un mapa, metí algo de ropa en la maleta y monté en el coche siguiendo el camino que me señaló mi padre hasta el Pueblo.
Cuando finalmente terminé el trayecto fruncí el ceño enfadada; me había perdido por completo. Yo buscaba un lugar idílico y de cuento y me encontraba en un pueblucho cubierto de carteles publicitarios construido al lado de una carretera y cuyos alrededores estaban repletos de postes eléctricos estropeando sus verdes prados. Incluso puedo jurar que a lo lejos se veía una fábrica.
Con los labios fruncidos agarré el mapa, me deshice del cinturón y me encaminé entre aquellas calles de paredes desconchadas. A cada momento que pasaba el nudo en el estómago se iba haciendo cada vez más y más grande, pues cada persona que hablaba afirmaba que yo estaba en el lugar correcto, que aquel era “el Pueblo”. Desconsolada me dejé caer sobre un escalón con el ceño fruncido.
- ¿Buscas algo?- preguntó la voz de una anciana desde la esquina.
Yo alcé la vista sorprendida hacia aquella mujer de largos cabellos blancos y mirada perdida. Asentí en respuesta, pero al ver que ella no hacía muestra de entenderme hablé:
- Sí.- pronuncié.
- ¡Oh!- exclamó ella.- Siéntate a mi lado y hablemos, a ver si esta pobre vieja puede ayudarte.
- Gracias.- dije yo.
- Y bien hija, ¿cómo te llamas?- me preguntó.
- Laura. ¿Y usted?
La anciana suspiró:
- Yo soy la abuela Ana.
Yo abrí los ojos sorprendida.
- ¿Entonces es este realmente el Pueblo?- pregunté.
Ella sonrió formándose más arrugas en su rostro.
- Oh, lo cierto es que no lo sé. ¿A ti te lo parece?
Yo fruncí el ceño:
- La verdad es que no.- dije en tono acusador.
Ella sonrió amablemente:
- Entonces no lo será.
- ¿Es que usted no lo sabe?- pregunté curiosa.
La abuela Ana se encogió de hombros:
- Hace tiempo que dejé de ver, pero, por desgracia, aún puedo oír.
Por mi parte observé con mayor atención el rostro arrugado de la anciana fijándome en sus ojos cristalinos y perdidos años atrás. ¡Vaya! Era ciega.
- ¿Qué ocurrió?- pregunté refiriéndome al Pueblo.
- ¡Ay, mi niña! La ciudad.- contestó con pesadumbre como si el peor de los demonio hubiera aparecido ante sus ojos.- Todos querían vivir allí y se han ido marchando; ya quedamos pocos en este lugar.
Yo resoplé enfurruñada:
- ¿Sabe que este era mi lugar favorito? ¿El sitio al que iba en todos mis sueños?
Para mi sorpresa la abuela Ana soltó una risotada y abrió los ojos con perspicacia:
- Sí, sí. Eso es lo que suele pasar...
- ¿El qué?- pregunté yo.
- Los que viven en el pueblo, anhelan la ciudad, los que viven en la ciudad desean el pueblo. Los que tienen miel quieren jamón. E incluso a veces los que están despiertos quieren dormir y los que duermen quieren despertar.
Yo la miré confundida:
- ¿Los que duermen son los muertos?- fue lo único que se me ocurrió preguntar.
La abuela Ana volvió a soltar una fuerte carcajada que sacudió su débil cuerpo.
- Puede ser.- contestó crípticamente guiñando un ojo en mi dirección.
- Vaya rollo.- me enfurruñé todavía más.
La anciana sonrió:
- No te enojes, pequeña. Es ley de vida: todos anhelamos lo que no poseemos y en ocasiones en nuestro afán por conseguirlo destruimos lo que ya tenemos...